El objetivo general de La música en los campos nazis es hacer accesible este aspecto de la historia del Holocausto a un público lo más amplio posible, por ejemplo mediante la exhibición de pruebas materiales. Se exponen cerca de 300 objetos y documentos, entre partituras, dibujos y pinturas secretas, ropa, instrumentos fabricados y utilizados por los prisioneros y documentos administrativos de los perpetradores. Además, textos descriptivos ayudan a contextualizar los lugares específicos de los campos en los que la música estaba presente: en la puerta, en la plaza donde se pasaba lista, entre y dentro de los barracones de los prisioneros, en las guarniciones de las SS.
A lo largo de la exposición, Petit describe cómo se organizaban las orquestas de prisioneros ya en 1933 y cómo la música acompañaba la vida cotidiana de las víctimas en los campos.
Las orquestas de prisioneros se utilizaban para marcar el ritmo de las marchas, como medio de coerción y disciplina, tanto bajo la omnipresente y amenazadora puerta del campo con el infame lema "Arbeit macht frei" (El trabajo te hace libre) como en la plaza donde se pasaba lista, donde se obligaba a los prisioneros a permanecer de pie durante horas, mañana y noche, hiciera el tiempo que hiciera. En las guarniciones de las SS también se tocaba música para entretener y mantener la cohesión militar. Y lo que es más importante, permanecía presente entre los prisioneros como parte de su supervivencia psicológica y resistencia espiritual, compartida (a veces necesariamente susurrada de oreja a oreja) para levantar la moral. Aunque tales actos debían permanecer ocultos, la música les ayudaba a resistir, cuando no a desafiar, el sistema del campo, que violaba constantemente sus libertades fundamentales.
En las cinco salas de la exposición, los visitantes pueden escuchar canciones de los campos e himnos de la resistencia, así como melodías populares contemporáneas que eran bien conocidas por los nazis y que a menudo sonaban por los altavoces de los campos y se imponían a los prisioneros. También se incluyen canciones como Belleville-Ménilmontant, de Aristide Bruant, que parodia letras escritas e interpretadas por los prisioneros de un anexo de Buchenwald. Escuchar esta música, con sus melodías y ritmos, es una experiencia muy rica que nos conecta directamente con ese tiempo y lugar.
Es alentador saber que algunos de los directores de las orquestas de los campos, por ejemplo en Auschwitz, también pudieron ampliar su grupo y salvar así vidas. Con el pretexto de poder interpretar una determinada pieza musical, algunos sugerían aumentar el tamaño de la orquesta para dar cabida a tal petición.
El espectador también se da cuenta de cómo llegaron los instrumentos a los campos, ya fuera porque llegaron con los prisioneros, porque los enviaron familiares de fuera o porque los encontraron en pueblos cercanos y los requisaron los nazis.
Ver algunos de estos instrumentos, encontrados después de que los campos fueran liberados, nos hace comprender el hecho de que muchos de estos campos eran prisiones, no sólo centros de exterminio. También lo hace la implacabilidad de las prácticas crueles y humillantes de las SS, como hacer caminar a las víctimas durante kilómetros con zapatos diseñados para el ejército alemán, acompañados de canciones de marcha nacionalistas alemanas, u obligarles a cantar salmos o textos antisemitas mientras se les golpeaba físicamente. Se podía obligar a los prisioneros a tocar toda la noche para entretener a los hombres de las SS a cambio del escaso beneficio de raciones de comida extra, para acabar agotados.