La nación moderna de Italia ya existía hacía más de sesenta años cuando, en octubre de 1922, Benito Mussolini se convirtió en el Primer Ministro del país. Las seis décadas anteriores constituyeron el período más tranquilo en la historia de las comunidades judías de Italia, muchas de las cuales existían desde tiempos pre-cristianos, otras desde la inmigración a la península itálica de aquellos judíos que habían sido expulsados de España. Con la creación del Reino de Italia en 1861 y especialmente después de 1870, cuando Roma dejó de pertenecerle al Papa y fue anexada como capital de la nación, el antisemitismo oficial terminó en Italia.
“Todos los alumnos de la comunidad judía italiana, judíos o gentiles, fascistas o antifascistas, están de acuerdo en que prácticamente no hubo ningún problema con los judíos en la Italia moderna”, escribió Meir Michaelis en su libro Mussolini and the Jews (Mussolini y los judíos). Michaelis citó a Cecil Roth, un experto en la materia, quien había declarado que en ningún otro país del mundo los judíos estuvieron en mejores condiciones que en Italia después de la reunificación.
A pesar de que los judíos representaban sólo una pequeña fracción de la población del país (llegaban a casi 50.000 personas en 1930; un poco más de la décima parte del uno por ciento de una población total de más 40 millones), la Italia de la post reunificación y pre fascista había tenido un Primer Ministro judío y uno mitad judío, y los judíos habían ocupado muchos otros altos cargos políticos y militares. Eran especialmente prominentes en las artes y las ciencias: el novelista Italo Svevo, Umberto Saba, el pintor Amedeo Modigliani, el compositor Alberto Franchetti (cuya madre era Rothschild). Estos y muchos otros eran completamente o mitad judíos, como Giulio Gatti-Casazza, Gerente General de La Scala (1898-1908) y de la Ópera Metropolitana de Nueva York (1908-1935).
Durante los primeros quince años del régimen fascista, los judíos italianos no eran acosados y de hecho muchos de ellos eran seguidores entusiastas de Mussolini. Michaelis señaló que “la cantidad de profesores universitarios judíos continuó siendo desproporcionadamente alta y lo mismo ocurrió con la cantidad de generales y almirantes judíos”. Guido Jung, Ministro de Finanzas del régimen y miembro ex-oficio del Consejo Fascista, era judío, y Alberto Liuzzi, un judío que se convirtió al catolicismo, fue Cónsul General de la milicia fascista. La periodista Margherita Sarfatti, la primera biógrafa de Mussolini (y una de sus amantes), era judía; Gino Arias, Carlo Foà y Giorgio Del Vecchio, todos judíos, ocuparon importantes cargos durante el régimen. Hacia fines de la década de 1920, el mismo Mussolini declaró que no había razas puras y que no había nada en contra los judíos en Italia. Después del ascenso de los nazis al poder en Alemania, y a pesar de la admiración de Hitler y en algunos casos imitación del fascismo mussoliniano, Mussolini en forma privada expresó desprecio por el Nacional Socialismo (“asesinato, homicidio y barbarismo salvaje [...], robos, saqueos y chantajes es todo lo que puede producir”) y por Hitler (“un horrible degenerado sexual, [...] un loco peligroso”'). Varios músicos judíos alemanes de renombre, que de repente se dieron cuenta de que habían sido eliminados de la vida musical de su país, fueron bienvenidos en Italia.
Sin embargo, para mediados de 1930, Mussolini comenzaba a creer que era inevitable una guerra entre los estados fascistas y las democracias europeas “débiles”, que una alianza con Alemania era la mejor opción para Italia y que por lo tanto debía adoptar políticas en consonancia con las de su colega alemán “degenerado” pero militarmente más fuerte. La aceitada máquina de propaganda fascista fue puesta en marcha con el fin de acostumbrar a los italianos a una doble idea: que los italianos eran arios y que los judíos no podían ser ni italianos ni arios. En 1938, el “Duce”, en su infinita sabiduría, redactó el “Manifiesto de la raza”, que constaba de diez puntos y que le prohibía a la mayoría de los judíos que se casaran con “arios”, expulsaba del país a la mayoría de los judíos nacidos en el extranjero y declaraba que los judíos no podían: a) ser miembros del Partido Nacional Fascista, (b) poseer o administrar negocios de cualquier tipo que empleara a cien o más personas, (c) poseer más de cincuenta hectáreas de tierra, o (d) hacer el servicio militar. Poco después, a los judíos se les prohibió también que enseñaran en las escuelas o universidades italianas o que ocuparan cargos en otras instituciones culturales. “El Papa Pío XI calificó públicamente al Manifiesto como una ‘imitación vergonzosa’ de la mitología nórdica de Hitler”, dijo Michaelis, y el Rey Víctor Emanuel III “expresó opiniones similares en privado y manifestó su asombro por el hecho de que su Primer Ministro haya considerado oportuno ‘importar estas modas raciales desde Berlín hacia Italia’”. Pero el Rey y el Papa ya habían soportado muchas otros excesos de Mussolini, desde la eliminación de la libertad de expresión y la libertad de prensa hasta la represión de todas las formas de oposición política. Mientras el fascismo estuvo dispuesto a defender la monarquía y mantener la centralidad de la Iglesia Católica en la vida de la nación, el Rey y el Papa mantuvieron al mínimo sus protestas contra todos los horrores del régimen. De cualquier manera, sin dudas, se decían a sí mismos que los judíos no estaban siendo privados de sus hogares o conducidos a campos de concentración, 'sólo' eran privados de sus derechos civiles, empleos y bienes.
Aparte de Alberto Franchetti, el compositor italiano de origen judío más conocido (quien ya era un anciano en 1938), en la época estaba el florentino Mario Castelnuovo-Tedesco (1895-1968), cuya música fue interpretada en la década de 1930 por artistas de la talla de Walter Gieseking, Jascha Heifetz, Gregor Piatigorsky y Arturo Toscanini. Sorprendido por las leyes raciales, en 1939 emigró a los Estados Unidos con su esposa y sus dos hijos. Luego escribió que lo que sintió en el momento de la partida de su amado país natal “no se puede llamar dolor, pena o sufrimiento espiritual: fue casi un tormento físico, una separación desgarradora, una mutilación. Parecía un ensayo general para la muerte; y de hecho, desde ese momento, algo en mí quedó absolutamente muerto”.
Otros compositores judíos italianos que habían gozado de un gran reconocimiento a nivel local también se encontraron repentinamente condenados al ostracismo, profesional y personalmente. En 1938, Guido Alberto Fano (1875-1961), quien había sido el mejor alumno del conocido compositor, director de orquesta y pianista Giuseppe Martucci, fue removido de su cargo como profesor de piano en el Conservatorio de Milán y tuvo que trabajar exhaustivamente para poder mantenerse y para poder mantener a su familia de la mejor manera posible. Renzo Massarani (1898-1975) había sido un ferviente fascista y había ocupado importantes cargos en la administración cultural del régimen. La promulgación de las leyes raciales hizo que su mundo se desplomara. En Brasil, país al que emigró y donde pasó el resto de su vida, se convirtió en crítico de música, pero se negó rotundamente a que alguna de sus composiciones se interpretaran o se volvieran a publicar.
Vittorio Rieti (1898-1994) había pasado gran parte de su carrera en París y finalmente emigró hacia los Estados Unidos, donde continuó componiendo y enseñando; sus obras fueron impulsadas por Toscanini, Dimitri Mitropoulos y George Balanchine. Falleció en la ciudad de Nueva York.
El compositor y profesor Ferdinando Liuzzi, cuñado de Castelnuovo-Tedesco, enseñó en las universidades de Florencia y Roma hasta que las leyes raciales forzaron su retirada. Primero fue a Bruselas y luego a Nueva York, pero cuando se enfermó gravemente de cáncer regresó a Florencia, donde murió en 1940, a los 46 años.
Los compositores no eran los únicos músicos italianos judíos afectados por las leyes raciales. Aquellos que tocaban en orquestas, que cantaban en coros o que eran empleados de otras maneras por organizaciones musicales también perdieron sus empleos. El más conocido de estos músicos fue Vittore Veneziani (1878-1958), quien había dirigido al excelente coro de La Scala desde 1921. Veneziani quedó desempleado de un día a otro; luego asumió la dirección del coro de la sinagoga de Milán.
Los que estamos familiarizados con el país sabemos que en Italia las reglas y las leyes, buenas o malas, tienden a aplicarse con despreocupación, y eso sucede cuando se aplican. Italia, como ha registrado más de un observador, es el país en el cual nada está permitido, pero todo está permitido, y en cierta medida esto también ocurrió bajo la dictadura de Mussolini. Así que en el mismo mes en el cual se promulgaron las leyes raciales, Musica d’oggi, la revista de música líder del país, dedicó gran parte de su edición al libretista de Mozart, Lorenzo Da Ponte (quien era de origen judío) en el centenario de su muerte. Sucesivas ediciones de la misma revista y de la vanguardista Rassegna musicale se refirieron positivamente al trabajo del musicólogo Alfred Einstein y al libretista de Richard Strauss, Hugo von Hofmannsthal, y elogiaron al entonces recientemente fallecido violonchelista Emanuel Feuermann. Los tres eran judíos, aunque los autores de los artículos no hacían mención específica de ello. Un violinista italiano tenía previsto tocar un capriccio conocido de Henryk Wieniawski en un concierto del Conservatorio de Milán cuando un administrador le preguntó: “¿Wieniawski no era judío?”. De hecho era judío, pero como ni el violinista ni el administrador podían confirmarlo, se llegó a un compromiso típicamente italiano: el violinista subió al escenario, le anunció al público que en vez de tocar el capriccio programado por Wieniawski tocaría un capriccio de un autor anónimo. Luego tocó el capriccio de Wieniawski.
Pero la ‘liviana’ persecución de los judíos italianos se transformó en algo mucho peor en el otoño de 1943, cuando los alemanes ocuparon la mitad norte del país. Guido Alberto Fano tuvo que esconderse: primero en la ciudad de Fossombrone y luego en Asís. Sobrevivió y reanudó la enseñanza por un tiempo, pero como ya tenía cerca de 70 años pronto se jubiló. Vittore Veneziani logró escaparse a Suiza. Cesare Ferraresi (1918-81), un joven violinista milanés (mitad judío), fue deportado a un campo de concentración. Él también sobrevivió y, en los años de la posguerra, se convirtió en un admirado solista, concertino, músico de cámara y profesor. En Roma, Alfredo Casella (1883-1947), uno de los compositores italianos más conocidos de su generación, vivía con el temor constante de ser separado de su esposa francesa judía y de su hija, quienes tenían posibilidades de ser arrestadas y deportadas. Una tarde, después de escuchar de un allanamiento en su casa, la familia se separó y se escondió en casas de amigos, y no se reunieron hasta que terminó la ‘caza judía'. Renato Levi, un amante apasionado de la música que tenía una tienda de música cerca de La Scala y quien había sido amigo de muchos de los músicos más conocidos de Italia, falleció en un campo de concentración alemán.
No sabemos cuántos músicos judíos italianos o familiares judíos de músicos no judíos, fueron perseguidos (en diversas formas que iban desde la pérdida del empleo hasta la muerte) entre 1938 y 1945. Al final de la guerra, algunos de los exiliados regresaron a casa pero la mayoría permaneció en sus países adoptivos. Por ejemplo, Castelnuovo-Tedesco, se convirtió en un exitoso compositor de bandas sonoras de películas en Hollywood y se quedó en los Estados Unidos.
La mayoría de los compositores y músicos italianos no judíos siguieron las órdenes del régimen – algunos pocos porque eran verdaderos creyentes, pero la mayoría de ellos por beneficio propio. El barítono Titta Ruffo fue una excepción, pero la excepción más famosa fue Toscanini, un vehemente antifascista que incluso viajó dos veces a Palestina (en 1936 y en 1938) por sus propios medios para mostrar su solidaridad con las víctimas de la persecución, donde dirigió a la orquesta de Palestina (ahora la Filarmónica de Israel). Mussolini incluso confiscó el pasaporte de Toscanini en 1938 luego de escuchar que el director de orquesta describía a las leyes raciales como una 'cuestión medieval'. Toscanini pasó los años de la guerra en Norteamérica, pero regresó a Italia para dirigir los conciertos inaugurales en el teatro de La Scala, restaurado, ya que había sufrido daños severos tras los bombardeos de los aliados en 1943. Su primer acto oficial en Milán fue para reintegrar a los músicos judíos (incluyendo a Veneziani), quienes habían perdido sus puestos bajo el régimen fascista.
Los judíos italianos que sobrevivieron a la guerra una vez más comenzaron a contribuir con la vida cultural, política y económica de su país, y hoy en día continúan haciéndolo. Pero cabe decir que como grupo nunca más sintieron la tranquilidad que sentían antes de 1938.
Referencias
M. Castelnuovo-Tedesco, Una vita di musica, typescript, Vol. I.
M. Michaelis, Mussolini and the Jews (Oxford, 1978).
H. Sachs, Music in Fascist Italy (London, 1987).