Westerbork

La sólida comunidad judía que vivía en los Países Bajos en la víspera de la Segunda Guerra Mundial fue prácticamente aniquilada por los nazis en un lapso de pocos años. Para la mayoría de estos ciudadanos holandeses, los últimos momentos en su tierra natal fue en el ‘Boulevard de la Miseria’, la calle central del campo de tránsito de Westerbork, que iba desde el campo hasta la estación de tren. Dentro de los muros del campo vivía una comunidad judía dividida en dos: los residentes ‘privilegiados’ de largo tiempo, los judíos alemanes, y los reclusos de corta estadía, los cientos de miles de judíos holandeses. Las desigualdades en cuanto a poder y prestigio condujeron a tensión entre estos dos grupos, aunque en última instancia ambos grupos morirían en manos de los nazis en grandes cantidades. Una de las facetas más singulares de la vida en Westerbork fue la notable escena cultural que allí se desarrollaba, incluyendo al mejor cabaret (según decían algunos) de toda Europa dentro de los muros del encierro. Entre sus figuras principales se encontraban Max Ehrlich, Franz Engel, Camilla Spira, Kurt Gerron, Erich Ziegler y Willy Rosen.

Westerbork se inició en una escala relativamente modesta, como hogar temporario de cientos de judíos alemanes que no tenían familia ni amigos en los Países Bajos para responder por ellos. Situado en un área remota del norte del país y cerca de la frontera alemana, originalmente se construyó como campo de refugiados en 1939. Debido a la creciente cantidad de refugiados judíos alemanes que huían del régimen nazi, Holanda quiso desarrollar un sistema centralizado para lidiar con estos inmigrantes no deseados. Las principales barracas se situaron en la extensión de un brezal y un pantano cercano al pequeño pueblo de Westerbork. Si bien la ocupación nazi comenzó en 1940, el tratamiento de los judíos holandeses fue en apariencia generoso y a paso lento, particularmente en contraste con el trato de los judíos en Europa Oriental o en la misma Alemania. Aún cuando la población del campo creció, los refugiados que vivían allí no eran tratados como prisioneros; sino que se les otorgaba libertad de movimiento limitada y vivían en condiciones tolerables. Esto cambió en el verano de 1942, cuando comenzaron las deportaciones hacia los campos de deportación.

El 1º de julio de 1942, el campo quedó oficialmente bajo la jurisdicción de las SS; ya no era un campo de refugiados, sino un campo de tránsito. Dos semanas después, comenzaron las primeras deportaciones hacia el Este: docenas de transportes de carga salían del campo todas las semanas con destino a los campos de la muerte de Polonia. Westerbork se convirtió en el campo de tránsito más grande de Europa Occidental. Como tal, en lugar de campo de trabajo o campo de la muerte, se organizó de una manera muy distinta de otros centros de internamiento nazis: sin cuerpos ni experimentos médicos, sin guardias de las SS con látigos ni perros que arruinaban el terreno del campo. En cambio, Westerbork se estableció como una ciudad en miniatura, con un bar, oficinas, una secretaría, un comedor, jardín de infantes y hospital. Sólo los nombres de las calles (“Boulevard de la Miseria”, “Callejón del Sufrimiento” y “Calle de la Preocupación”) daban a entender el miedo y el destino final de los reclusos.

Además de los alrededores en apariencia normalizados del campo, uno de sus aspectos más despreciables radicaba en el hecho de que su organización y el armado de las listas de deportados estaban en manos de judíos, tanto de los judíos alemanes ‘privilegiados’ del campo como del Consejo Judío Holandés de Ámsterdam. Los judíos alemanes decidían quién estaría en el transporte de ganado cada semana. Además, por hablar alemán y habitualmente ser de clase media/alta, eran tratados mejor por las SS, recibían mejor hospedaje y se las arreglaban temporalmente para mantener a sus amigos y familia fuera de las listas. Las tensiones que dividían a la población del campo definían la vida cotidiana, y dejaron su marca en los diarios y memorias que sobrevivieron de los prisioneros holandeses. 

La actividad cultural del campo también estaba dividida por estas líneas culturales, lingüísticas y de clase. La primera función de la que se tiene registro tuvo lugar en 1940 y fue una producción de “Sueño de una noche de verano” de Shakespeare. El Consejo Judío organizó un grupo musical de cámara, un coro y una orquesta sinfónica de treinta o cuarenta personas que incluía a algunos de los músicos más talentosos de Holanda. Sin embargo, la escena cultural del campo alcanzó su máximo esplendor bajo el régimen nazi, especialmente bajo el liderazgo de Albert Konrad Gemmeker, quien fue comandante del campo desde octubre de 1942 hasta abril de 1945. Bajo su liderazgo, Westerbork se convirtió sobre todo en un sitio de cabaret de primera clase.

A principios de 1943, el comediante Max Ehrlich fue enviado a Westerbork, donde le solicitó permiso al comandante Gemmeker para crear un grupo de teatro. Gemmeker accedió con la esperanza de que las actuaciones distrajeran a los prisioneros, impresionaran a los visitantes extranjeros y entretuvieran al personal del campo. El cabaret resultante estaba compuesto por muchos músicos y artistas que habían huido de la Alemania nazi hacia la seguridad temporaria de Holanda. Si bien mucha de su actividad musical se basaba en material preexistente, los líderes del cabaret de Westerbork, Ehrlich, Willy Rosen y Erich Ziegler, compusieron seis revistas teatrales originales durante su estadía en el campo, que fue de menos de dos años.

Tal fue el éxito del primer cabaret que Gemmeker le dio a Ehrlich rienda suelta y le proveyó de fondos, materiales e incluso de la posibilidad de comprar productos especializados en Ámsterdam. Sin embargo, las SS censuraban las producciones: todas las canciones y textos debían ser aprobados. Si bien había cierta variación, particularmente porque la población del campo era bastante variable, en general Ehrlich era el director, Rosen escribía los textos y las letras, y Erich Ziegler, un compositor de canciones de cabaret de Berlín, aportaba la música. Junto con Ziegler y Rosen en el piano, otros once músicos conformaban la pequeña orquesta. Los espectáculos tenían hasta ocho bailarines y dieciséis actores, y también cincuenta personas que se ocupaban de iluminación, vestuario y diseño de escenario. Estas producciones extravagantes habitualmente se ponían en escena para satisfacer a las SS. Las actuaciones se hacían en alemán y se evitaban temas políticos.

Sin embargo, el cabaret de Ehrlich fue una fuente de controversias dentro del campo. Los prisioneros holandeses en particular sospechaban de los actores y sus motivaciones. Además, puesto que el cabaret por lo general es alegre, gracioso y a menudo sexualmente explícito, muchos reclusos se sentían mal por estos espectáculos y por el hecho de que “en las tablas de madera de la vieja sinagoga de Assen (que se usaban para construir el escenario), las jóvenes más lindas, especialmente elegidas por expertos, levantarán sus piernas al ritmo del jazz”. No obstante ello, a pesar de las fuertes corrientes de protesta, pocos podían resistir el encanto de una noche de risas, música y olvido. La actriz Camilla Spira, quien fue brevemente miembro del cabaret, recordó su sorpresa por el entusiasmo del público:

No podía ser. Se divirtieron tanto y se sentaron a ver con sus andrajos. Éramos el campo de colección. Esta gente fue traída a la rastra y luego hacia Auschwitz o Theresienstadt. Esa lluvia de risas, el entusiasmo… cuando nos veían, la gente se olvidaba de todo. Y era horrible porque a la mañana siguiente iban hacia la muerte, Sólo estaban ahí por una noche.

La popularidad del cabaret aumentó con los judíos holandeses, cuando el dúo de cantantes “Johnny y Jones” se unió a la compañía. Su canción romántica, “La Serenata Westerbork”, también tuvo éxito con las SS. (Ambos fueron asesinados en Bergen-Belsen en 1944).

La popularidad, sin embargo, no era garantía de supervivencia. Debido a las deportaciones, el elenco cambiaba constantemente y a los recién llegados se les enseñaba para que pudieran reemplazar a los que habían sido enviados a otros lados. Una carta del recluso holandés Etty Hillesum describía la amargura del terror y privilegio simultáneos que definían la vida de las estrellas de cabaret de Westerbork. Hombres como

el comediante Max Ehrlich y el exitoso compositor Willy Rosen, que parece un cadáver ambulante. Hace poco tiempo, estaba en la lista de traslados, pero cantó lo mejor que pudo unas noches seguidas frente a un público que incluía al comandante y a sus seguidores. El comandante, que valoraba el arte, lo consideró maravilloso y Willy Rosen, en esa ocasión, se salvó… y había otro bufón de la corte: Erich Ziegler, el pianista preferido de los comandantes. Hay una leyenda que dice que él es tan asombroso, que incluso puede tocar la novena sinfonía de Beethoven como una pieza de jazz… y si eso no es increíble…

Las actuaciones se suspendieron totalmente entre octubre de 1943 y marzo de 1944 por las deportaciones constantes. Los últimos dos espectáculos se llevaron a cabo con un elenco de diez, incluyendo la última función, una parodia de ópera amarga intitulada “Ludmila o cadáveres en la cinta transportadora”. El programa anunciaba: “ah, estamos locos. Ahora les presentaremos una ópera”. En marzo de 1944, Westerbork fue declarado campo de trabajo, y el 3 de agosto, llegó la orden para disolver todas las actividades culturales. Como recuerdo, el elenco le dio al comandante un álbum de fotos como regalo de despedida con la inscripción: “Si estás tapado hasta el cuello, mejor no cantes. Yo canto de todas formas”.

Los miembros restantes del cabaret fueron enviados a Theresienstadt, su ‘recompensa’ por su excelente servicio para con Gemmeker. Sin embargo, ésa fue una demora temporaria: como los judíos holandeses que los antecedieron, muchos de ellos fueron asesinados en Auschwitz y Treblinka. Del elenco central del cabaret de Westerbork, sólo el pianista Erich Ziegler sobrevivió hasta el final de la guerra. El 12 de abril de 1945, tropas canadienses liberaron el campo. Allí había sólo 876 prisioneros; ningún rastro del jazz, de las chicas del cabaret ni de los chistes escandalosos que habían estado en el hall de la recepción meses atrás.  

Referencias

 

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